martes, 30 de octubre de 2012

Poemas de amor y autorretratos


    Era viernes 26 de octubre y el frío acababa de llegar a Madrid. Por segunda semana consecutiva tiene lugar el encuentro de “El poema” en La Trasera, después de haber aceptado, en mi caso y el de otros cuantos, la clásica pelea interminable a la que te retan las fotocopiadoras. Miradas expectantes en torno a la mesa y sumergidos en el ambiente tranquilo de la luminosa sala dimos comienzo a la lectura de los primeros poemas.
    Avanzaba la mañana mientras distinguíamos entre el baile de las frases cada una de las palabras propuestas la semana anterior, pero aunque sus sonidos fuesen los mismos ya no se asemejaban a palabras dichas al azar ni se cerraban a un significado único, si no que convergían y se unían con otras creándose nuevos matices. Ésa es la magia de las palabras: Ser capaces de llegar a representar algo distinto para cada poesía, para cada una de las distintas historias que contaban nuestras voces. Son ellas las que pueden rasgar viajando con los dedos con sólo proponérselo, nosotros los que sabemos cómo darles esa libertad y ellas las que saben cómo dárnosla a nosotros. Nos internamos así en diferentes mundos que nos llevaron a revivir un dulce recuerdo que no hemos vivido, en el desasosiego y el cansancio que no querríamos vivir o en la mera sencillez de amar.
    Pasamos a la temática del autorretrato con la correspondiente complejidad que conlleva el planteamiento del definirse a sí mismo. Al de Adam Zagajewski le siguieron el de Nicanor Parra o los directos versos de un jubilado anónimo. De entre nosotros tan sólo uno se atrevió a hacerlo, retratándose de forma muy original como el conjunto de características de los poetas en los que se veía él. Les llega ahora el turno a las figuras retóricas, y nosotros nos dilucidamos con la repetición de la anadiplosis, el llevar más allá de las metáforas, los sonidos de las aliteraciones, descubriendo frases que resultaron ser anáforas, contundentes pleonasmos, paranomasias paranormales o con la paradoja de querer definir una paradoja, los juegos de palabras surgidos del calambur y la jitanjáfora de ese capítulo de Rayuela escrito en glíglico (¡Era el 68!) donde Julio Cortázar nos cuenta cómo hacían todo lo sólo enunciable en un cuerpo.
    De esta forma dimos por concluida la sesión proponiendo buscar y escribir poemas que giren alrededor de la cocina como temática para la semana próxima, y con José María Parreño confesándonos haber conseguido romper por completo con sus esquemas, ya que al parecer el (aparentemente) infalible método de hacer poemas resultaba no ser tan infalible como nos dijo. Aunque, claro está, con diccionarios como el de Hannah ya se sabe: escribir poesía es posible.

Capítulo 68 de Rayuela:


1 comentario:

  1. Genial, Mari Nieves, y genial la lectura de Julio Cortázar, ¡ole sus orfelunios!

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